Clasificación de los tipos de suelos

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El suelo juega un papel fundamental en el éxito de nuestra agricultura, ya que es de donde plantas obtienen los nutrientes necesarios para su crecimiento y desarrollo.  

No obstante, existen distintos tipos de suelos y de sus características dependerá la efectividad de la actividad agrícola, por lo que no es de extrañar que sea necesario el conocimiento de los tipos de suelo usado y como se compensan o solucionan los problemas relacionados con sus características naturales. 

Tipos de suelos que podemos encontrar 

Existen diferentes sistemas para la clasificación de los tipos de suelos según diversas variables. Sin embargo, hoy nos vamos a centrar en los tipos de suelos más comunes para los agricultores y ganaderos, y cómo identificarlos.  

En nuestra clasificación, vamos a hablar de 6 tipos de suelos diferentes: 

Suelos Arcillosos 

Los suelos arcillosos coloquialmente son denominados como se le puede fuertes, pesados o ardientes. Esto es así, por su gran capacidad para retener el agua. Podríamos considerar esta capacidad como una ventaja cuando los años son de lluvia media o alta.  

Sin embargo, en años secos esto se vuelve en contra, ya que retienen el agua con fuerza y no permiten que las plantas la utilicen.  

Suelen ser suelos fértiles donde la capacidad de retención de nutrientes es alta, por lo que responden bien a la nutrición externa y evitan que se laven fácilmente los nutrientes aportados. 

Suelos Calizos o Albarizas 

El origen de este tipo de suelos es la meteorización de la roca caliza que genera alta presencia de esta y que le otorga el color blanquecino a la tierra. 

Sus características son prácticamente las mismas que en los suelos arcillosos. Sin embargo, presentan un pH bastante elevado, lo que supone un problema al bloquear en el suelo algunos macronutrientes y micronutrientes esenciales para la nutrición de las plantas. 

Suelos Limosos 

Este tipo de suelos suelen ser amarillos anaranjados y tienen el problema de presentar una alta capacidad para la compactación, lo que se traduce en baja capacidad de infiltración de agua y mala aireación para el sistema radicular de las plantas. 

Los suelos limosos también presentan el problema de una media – baja fertilidad, lo que se traduce todo ello en suelos de difícil manejo. 

Suelos Arenosos 

Los suelos arenosos cuando tienen una cierta humedad se labran con facilidad y tienen una alta capacidad de drenaje, lo que hace que el suelo se seque muy rápido. 

Al tener esa alta capacidad de infiltración son suelos porosos con buena aireación, lo que permite una rápida mineralización de la materia orgánica. A diferencia de otros suelos como los arcillosos, estos sufren menor erosión, principalmente porque el agua entra con mayor facilidad en el suelo. 

No obstante, tienen una menor fertilidad si son comparados con los suelos arcillosos, ya que contienen menor número de partículas que son químicamente activas. 

Suelos Francos 

También son conocidos como suelos frescos, estando a medio camino entre el arcilloso y arenoso. Disponen de una textura media y una buena capacidad de retención de agua, pero también de liberación de esa agua para la planta. Están a medio camino entre arcilloso y arenoso, por su fertilidad media, capacidad media de erosión y una capacidad de mineralización de la materia orgánica también media. 

Es un tipo de suelo muy interesante para el cultivo de especies perennes como el olivo, almendro o la vid. Además, es más fácil su manejo por parte del agricultor. 

Suelos Salinos 

Por último, los suelos salinos como su nombre indica tienen una alta presencia de sales, independientemente del tipo de textura que tenga el suelo. Cuando se suma un suelo arcilloso con un suelo salino la capacidad productiva del suelo disminuye mucho. 

El principal problema que presenta es la dificultad severa para la absorción del agua por parte de la planta. Esto se traduce en que solo se pueden dar en estos suelos plantas adaptadas. 

La principal adaptación que tienen estas plantas es que necesitan invertir energía en coger el agua del suelo, lo que deriva en pérdidas de energía para la producción agrícola o ganadera.  

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